Monday, December 31, 2007

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La actualización de los “blogs sinfónicos” cesa a partir del 1º de julio 2017.
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Agradecemos al musicólogo y crítico musical Pablo Bardín su consentimiento para la transcripción de su trabajo La Sinfónica Nacional cumple medio siglo, publicado en el año 1998.
Subtítulos en letra grande/negrita: Panorama introductorio / Los años fundacionales / 1951 - 1978 por año / 1979 - 1984 (subdivisión en negrita chica) / 1985 - 1994 (subdivisión en negrita chica) / 1995 - 1998 (subdivisión en negrita chica).

Tuesday, March 20, 2007

La Sinfónica Nacional cumple medio siglo

(por Pablo Bardín)


La "histórica" foto de la OSN y del CPN en la terraza del Sheraton Hotel Buenos Aires


Panorama introductorio

Enraizada en la orquesta del período clásico que va desde la Escuela de Mannheim hasta las tardías obras maestras de Mozart y Haydn, la sinfónica moderna crece a través de Beethoven, Berlioz y Brahms en cantidad y calidad y llega a su máximo esplendor en las décadas iniciales del siglo actual. Las constantes mejoras introducidas en la fabricación de instrumentos y el surgimiento de los primeros grandes directores a mediados del siglo pasado hacen que la institución del concierto público (ya inaugurada en el siglo dieciocho con iniciativas tan importantes como los Conciertos Salomon que estrenaron las doce últimas sinfonías haydnianas) se afiance y se convierta en insustituible timbre de honor para la vida ciudadana europea. A ello no es ajeno, por supuesto, el aspecto social representado por una clase media de razonables posibilidades económicas para la cual cultivar el espíritu mediante la asistencia al teatro, la ópera y el concierto resulta una consecuencia natural de ese ocio productivo posibilitado por la capacidad de ahorro. Y si bien hay un componente -hasta nuestros días- de frivolidad, también es cierto que un importante porcentaje considera tales eventos como una necesidad del alma y un reconocimiento de que la cultura no es prescindible en un ser humano que quiere ir más allá de la lucha diaria por la existencia.

Aunque en algunas ciudades ya desde el Barroco había pequeños grupos instrumentales (y a veces no tan pequeños: recordar los Veinticuatro Violines del Rey, de Luis XIV), la sinfónica como tal es un hecho del siglo diecinueve. Algunas fechas de iniciación de famosas orquestas que aún existen nos definen el asunto: Filarmónica de Viena, 1842; Filarmónica de Berlín 1882; Concertgebouw, 1888; Sinfónica de Londres 1904 (las otras grandes orquestas londinenses son todas posteriores). En París, si bien subsisten con dificultad viejas orquestas como las Lamoureux y Pasdeloup, las importantes son del siglo veinte. Dresden y Leipzig, si bien reconocen antecedentes en viejos grupos instrumentales de la Corte, sólo adquieren relieve en el siglo diecinueve. En Estados Unidos la más antigua es la de Nueva York, 1842; pero son muy posteriores las de Boston, 1881; Chicago, 1891; Cleveland, 1918; Filadelfia, 1900.

América latina es hija de España, país que no se distinguió por su sinfonismo (su Orquesta Nacional data de 1940); el aislamiento del Virreinato se prolongó en la Argentina de la Independencia. Fue sólo a raíz de la gran inmigración de las últimas décadas del siglo pasado que Buenos Aires dejó de ser la Gran Aldea para gradualmente convertirse en metrópoli cultural del Sur. Hubo ya conatos de actividad en esa etapa formativa, cuando esfuerzos pioneros permitieron conocer obras europeas con orquestas ad-hoc. Pero la tradición fue fuertemente operística y zarzuelera y recién en este siglo se realizó una tarea orgánica de formación del oyente. Ello también dependió de la existencia de conservatorios que formaran músicos de orquesta y permitieran prescindir de las orquestas importadas. Se estaba en la era del barco y las compañías de ópera venían con sus propios músicos, y el Colón estaba manejado por empresarios.

Pero el fermento intelectual provocado por estos inmigrantes empezó a notarse, y esos europeos recién instalados o aquellos argentinos de primera generación quisieron emular a Europa, como algunas décadas antes lo había hecho Estados Unidos. Y el movimiento sinfónico se inició en serio.

El aporte pionero al que se hizo referencia fue considerable, a través de las sociedades filarmónicas. Ya desde la Academia de Música formada en 1822, y al año siguiente la Sociedad Filarmónica, hubo actividad sinfónica, si bien esporádica. La comunidad alemana crea entre 1852 y 1863 sociedades como Concordia, Germania o la Deutsche Sing-Akademie, que especialmente hicieron escuchar oratorios. También fueron importantes la Sociedad Orquestal Bonaerense (1876) y la Sociedad Musical de Mutua Protección de 1894, que eventualmente dará origen a la APO. En efecto, en 1919 esta sociedad, primer sindicato argentino de trabajo, obtiene su personería jurídica como Asociación del Profesorado Orquestal.

Es a partir de 1922 cuando la Orquesta de la APO inicia su trascendente labor formativa, ofreciendo una importante serie de estrenos con directores como Drangosch, Cattelani, Zaslawsky y muy destacadamente el gran director suizo Ernest Ansermet. Así quedó, del modo más conveniente, conformado el gusto de la Generación del Centenario, con la música del pasado y ese presente. También coadyuvaron los conciertos sinfónicos y sinfónico-corales auspiciados por la Asociación Wagneriana, y las frecuentes visitas de notables compositores, en ocasiones intérpretes de sus propias obras. Y naturalmente, el Colón complementó en esos años sus temporadas líricas con actividad sinfónica.

Estaba preparado el terreno para que el Gobierno Nacional asumiese su obligación de apoyar las artes, sobre todo teniendo en cuenta que la actividad de la APO languideció hacia 1935; quizá su propio éxito en los lustros anteriores había desincentivado la fundación de un organismo orquestal subsidiado por las arcas nacionales. Esa necesidad se hizo imperiosa: no podía ser que una ciudad como Buenos Aires careciese de una actividad sinfónica regular y continuada. Y así fue como en 1948 se creó la Orquesta Sinfónica del Estado, luego Nacional. El año anterior la Municipalidad había fundado la Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires, luego Filarmónica de Buenos Aires. La actividad de ambos ha sido ininterrumpida desde entonces. A ellas se agregó entre 1950 y 1966 la notable presencia de la Orquesta de LIZA Radio del Estado (luego Nacional), sumándose también la gran labor de la Orquesta de Cámara de Amigos de la Música, de esplendor en los años cincuenta y sesenta. En este panorama no puede dejar de mencionarse con justicia el brillante trabajo de la Orquesta de Radio El Mundo en los años cuarenta, y el tesonero aporte de la Juvenil de Radio del Estado. Todo ello configuraba hacia 1950 un muy rico panorama de oferta sinfónica, actualmente disminuida por las desapariciones de las orquestas de las radios y de Amigos de la Música. Dado el contexto, corresponde ahora analizar las etapas de la trayectoria de la Sinfónica Nacional.


Los años fundacionales

Hay una mística en el apelativo "Nacional" que no necesita subrayarse, y es bueno que con el tiempo se haya llegado a ese nombre para la Orquesta, sin duda más representativo que "del Estado". También hubiera sido lógico llamarla "Orquesta Sinfónica Argentina". Claro está, al decir "del Estado" queda implícito "Nacional", y por ende que la orquesta no es sólo capitalina sino que tiene una vocación abarcativa federal. Pero la realidad es más fuerte que cualquier esquema idealizado, y ocurrió con nuestra Sinfónica lo que, por ejemplo, también ocurrió con la Nacional de Washington D.C., fundada en 1931: la parte mayoritaria de su labor estuvo siempre concentrada en la Ciudad de Buenos Aires; si bien se han realizado regularmente giras por las provincias, hay ciudades de cierto porte que nunca fueron visitadas y otras en donde la presencia ha sido muy esporádica. Las dificultades logísticas y presupuestarias son grandes, pero además, en mucho mayor grado que en los Estados Unidos, el peso específico de la ciudad de Buenos Aires es enorme, signada por la realidad geográfica del Río de la Plata como gran salida al mundo, y por su carácter cosmopolita y de rica cultura. En todas sus etapas la orquesta dependió del Gobierno Nacional, específicamente del área de Cultura.

Durante la mayor parte del tiempo fue furgón de cola del Ministerio de Cultura y Educación, dominado sin duda por el presupuesto muchísimo mayor asignado a Educación y por el peso de esa gran estructura de la cual la Secretaría (o Subsecretaría) fue muy pequeña parte. También dependió -y depende- de una fluida relación con el Ministerio de Economía (o como se haya llamado en diversos períodos), para que los fondos lleguen en tiempo y forma. Buena parte de sus avatares no siempre felices se han debido a esa doble dependencia y a la demora burocrática implicada, pese a la voluntad casi heroica desplegada por sucesivos directores de la Sinfónica para luchar con las dificultades. La tan deseada autarquía nunca fue otorgada.

Los particulares problemas funcionales que presenta una orquesta han sido siempre de difícil comprensión para funcionarios de otras áreas, y ello se reflejó en dificultades escalafonarias y trabas de reglamento. No siempre los músicos de la orquesta se sintieron comprendidos y hubo momentos en esta trayectoria cincuentenaria de profundas crisis, llegando hasta la interrupción de actividades. En un país donde las prioridades han sido raramente las correctas, el presupuesto asignado a la Sinfónica fue siempre demasiado exiguo para permitirle cumplir plenamente con todos sus propósitos. El Gobierno, a través de las décadas demostró no ser el mejor instrumento para la conducción de la Sinfónica; no obstante, y pese a las inevitables consecuencias de empobrecimiento artístico debido a las restricciones, la Sinfónica ha dejado una huella muy profunda en el devenir cultural de las recientes generaciones. Y ello a pesar de haber tenido que competir con una orquesta mucho mejor apoyada y subsidiada, la Filarmónica, ya que la Ciudad siempre dio un respaldo más adecuado, además de contar con la única gran sala de buena acústica en la Capital, el Teatro Colón.

Pudo hacerse mucho más en calidad durante estas décadas, pese a que hubo años admirables, pero nunca fue responsabilidad de la orquesta, sino del difuso esquema de conducción. Recientes mejoras permiten esperar una profundización en su labor en los próximos años.

Dado su carácter nacional, no está de más destacar que las ciudades provinciales también se han preocupado por tener su propia actividad sinfónica. Así, hay orquestas de positiva labor en ciudades como Bahía Blanca, Mar del Plata, La Plata, Avellaneda, Rosario, Santa Fe, Paraná, Córdoba, Tucumán, Mendoza, San Juan, entre otras. Tanto ellas como aquellas que no tienen orquesta reciben con alegría y fuerte apoyo las visitas de la Nacional.

Se lee en el decreto de noviembre de 1948 que la originó: "La creación del nuevo conjunto sinfónico permitirá disponer de un instrumento que constituya el diapasón de universal resonancia que nuestra música requiere y brinde a la vez el medio más eficaz de educación artística del pueblo. Dicho organismo proporcionará a directores, compositores y ejecutantes argentinos la oportunidad de que llegue a grandes y pequeños auditorios de todas las regiones del país la interpretación de los clásicos de la música y de los creadores autóctonos". Si bien hay excesivo nacionalismo en estos enunciados, ellos son básicamente correctos. Y bien puede decirse que en rasgos generales se han cumplido.

El jurado de selección de aspirantes a los cargos de profesores de la orquesta estuvo integrado por Víctor Vezelli, Edmundo Gaspart (eminente oboísta), el compositor y director José María Castro, el director Ferruccio Calusio y Luis V. Ochoa. Ellos elaboraron las bases y reglamentaciones. El concurso tuvo lugar entre el 1 de diciembre de 1948 y el 31 de enero de 1949. Se eligieron 92 ejecutantes sobre la base de una orquesta con maderas por tres y cuatro trompas.

En septiembre de 1949 se formó un nuevo jurado, esta vez para designar subdirector (inexplicablemente, no director). Estuvo integrado por el compositor y director Héctor Panizza, el compositor y docente Athos Palma, el violoncelista Luis Walter Pratesi, el compositor y docente Gilardo Gilardi y Sebastián Lombardo. Este último había sido designado secretario de la orquesta en agosto. En octubre fue nombrado subdirector Roberto Kinsky, asociado al Colón durante largas décadas como director de Orquesta y de Estudios. Su designación no tuvo los plácemes de la crítica de la época, que lo consideraba un maestro técnicamente bien provisto pero poco inspirado.

El concierto inaugural fue dirigido en el Colón por Kinsky el 30 de noviembre de 1949 (como se ve, pasó un año entero desde el decreto hasta ese evento). He aquí el programa: La Consagración de la Casa, obertura de Beethoven; Sinfonía N°2 de Brahms; Scherzo fantástico de Stravinsky; El tarco en flor de Gianneo; y Gaucho con botas nuevas de Gilardi. Se advierten algunas grandes líneas: los clásicos del siglo diecinueve; los creadores de nuestro siglo; y el estímulo al compositor argentino.

El segundo concierto fue idéntico pero en la Facultad de Derecho (que luego albergaría los ciclos de la Orquesta de Radio del Estado). El tercero se inició con el Concierto para Nochebuena (Op. 3 N°8) de Corelli, con los primeros atriles Eduardo Acedo y Adolfo Gendelman (violines) y Pratesi. En esa época era aún habitual integrar las obras del Barroco a los conciertos sinfónicos. Luego, El Moldava de Smetana, la primera audición del Nocturno de Panizza y la Segunda Obertura de Concierto de Alberto Williams.

En 1950 la Orquesta tenía los siguientes primeros atriles: Acedo (concertino); Jorge Urbansky, guía de segundos violines; André Vancoillie, viola; Pratesi; Hamlet Greco, contrabajo; Alfredo lannelli, flauta; Pedro Di Gregorio, oboe; Cosme Pomarico, clarinete; Ángel Umattino, fagote; Pedro Nátola, trompa; José Goldenchtein, trompeta; Cayetano Carbone, trombón; Desiderio Barilli, timbales. Las maderas en especial fueron particularmente famosas.

El Metropolitan albergó el ciclo de otoño de 1950 a cargo de Panizza. En ellos hubo naturalmente grandes clásicos (Cuarta de Brahms, Don Juan y Muerte y transfiguración de Strauss, la Italiana de Mendelssohn). Panizza presentó dos obras suyas: Tema y variaciones y el poema sinfónico con voces El Rey y la floresta, con renombrados artistas del momento como el barítono Angel Mattiello y la soprano Olga Chelavine, además del. Coro Universitario de la Facultad de Derecho dirigido por el notable Manuel Gómez Carrillo. También dio su justo lugar a la Escuela Italiana de nuestro siglo tan olvidada ahora: Canti della stagione alta de Pizzetti con el admirable pianista Roberto Locatelli. Hizo escuchar la Segunda Sinfonía, La Bruja de las Montañas, de A. Williams, cuyas sinfonías necesitan volverse a conocer ya que son la fundación de nuestro sinfonismo. Sería mal vista hoy la inclusión de dos arreglos barrocos: un Preludio de Bach transcripto por Pick-Mangiagalli, y un concerto grosso de Vivaldi transformado por Siloti. También se estrenaron los Tres romances argentinos de Guastavino.

En ese ciclo Kinsky acompañó al célebre violinista Henryk Szeryng en varios conciertos: el de Mendelssohn, el de Manuel Ponce (primera audición, y testimonio del cariño del intérprete por su país de adopción, México), y el de Bach para dos violines, con Acedo.

Vino luego lo más importante del año: un ciclo de diez conciertos en el Gran Rex de julio a octubre, con tres directores de gran renombre: Rafael Kubelík, Nino Sanzogno y Sergiu Celibidache (los tres debutantes aquí); hubo también conciertos dirigidos por Calusio y Kinsky. Kubelík pasaba entonces por su brillante etapa por la Sinfónica de Chicago y era reconocido como uno de los mejores directores de su generación, corroborado en Buenos Aires por el resultado de sus conciertos. En ellos hubo grandes clásicos: la Cuarta Suite de Bach, la Séptima de Beethoven, la Praga de Mozart, la Nuevo Mundo de Dvorák (todavía numerada Quinta en esa época, antes de que se exhumaran las primeras cuatro sinfonías del gran compositor bohemio, de las cuales Buenos Aires sólo conoce la Tercera...). Su entusiasmo por los creadores válidos de nuestro siglo se manifestó a través de la Segunda sinfonía de Honegger y del Doble concierto para cuerdas, piano y timbales de Martinu. Tuvo a dos célebres solistas: el polaco Witold Malcuzynski en el Tercer Concierto de Rachmaninov y el británico Solomon en el Segundo de Brahms (memorable).

Celibidache fue siempre discutido. El director rumano venía de varios años al frente de la Filarmónica de Berlín; en esos años su géstica era exuberante en extremo, sus ideas estilísticas con frecuencia discutibles particularmente en materia de tempi (de demasiado rápido a absurdamente lento), pero ya era famoso por su riguroso método de ensayo y el ajuste que lograba. En años de vejez, como se recuerda por sus visitas con la Filarmónica de Munich, Celibidache atenuó sus desbordes visuales debido a su edad, pero sus tempi muy lentos (raramente rápidos) permitían una articulación de la arquitectura musical con frecuencia revelatoria. Aquí la crítica de 1950 lo recibió mal; era una época de gusto muy conservador y tampoco Karajan -mucho menos excéntrico- salió indemne pocos meses antes (y por ello nunca retornó). La Primera de Brahms y la Patética de Tchaikovsky fueron obras de fondo; también hubo Strauss y Ravel. Se estrenaron obras argentinas: la entonces denominada Serie para cuerdas (luego Suite) del talentoso Roberto Caamaño, al inicio de su carrera; y la Elegía de Próspero López Buchardo con Iannelli como solista. La argentina Inés Gómez Carrillo tocó el Concierto para piano de Schumann.

El maestro Nino Sanzogno hizo siempre mucho por la música moderna, además de ser uno de los animadores de la Piccola Scala (dirigió la función inaugural). Años después será él quien dirija el concierto de apertura del nuevo teatro Coliseo aquí. Es típico de sus talentos el programa del sexto concierto de abono: la Sinfonía Italiana del ahora desconocido Giovanni Salviucci; Iberia de Debussy; Pacific 231, el manifiesto maquinista de Honegger; la Campera de C. López Buchardo; y el Concierto N° 1 de Liszt con el célebre pianista Alexander Borovsky. Calusio estrenó en su programa los Tres poemas judíos de Bloch, acompañó al brillante joven pianista búlgaro Sigi Weissenberg (luego Alexis) en el Segundo Concierto de Rachmaninov y completó con la suite de El Pájaro de Fuego de Stravinsky. Era Calusio un sólido maestro que mucho hizo para la lírica en el Colón; con su firme técnica abordaba con autoridad el repertorio de nuestro siglo.

La primera etapa de la Sinfónica se prolonga hasta 1955, cuando cambia su nombre y pasa a llamarse definitivamente Orquesta Sinfónica Nacional. En esos años iniciales, con el apoyo de una importante empresa de conciertos (Daniel), ofrece admirables ciclos que nos traen a grandes directores.


1951

El año se inició con cuatro conciertos en el Cervantes dirigidos por Kinsky que tuvieron su mejor momento en obras húngaras y checas: Suite de Háry János de Kodály, Suite de Danzas de Bartók y estreno de Tres Ricercari de Martinu.

El abono en el Gran Rex a partir de junio tuvo elevados picos de calidad. Jascha Horenstein, artista de fuste, dirigió obras de repertorio y acompañó al notable pianista Julius Katchen en Schumann; más tarde en el ciclo el director retornó. Le siguió Carlos Félix Cillario en dos conciertos donde acompañó al eximio Wilhelm Backhaus en Beethoven (No 3 y 4) y dio dos estrenos: Les offrandes oubliées de Messiaen y Dos Interludios de Macbeth de Bloch. A fin de julio y principios de agosto Horenstein retomó la batuta; el primer concierto fue importante, con un estreno fundamental, la Sinfonietta de Janácek, y el Segundo Concierto para piano de Brahms con nada menos que Artur Rubinstein (en su última visita al país). También fue atrayente el programa que siguió, ya que se estrenó Quiet City de Copland, la obra de fondo fue la Cuarta de Mahler y se escuchó el Concierto de Ravel con el pianista Daniel Éricourt.

Dirigió luego el belga Désiré Defauw, antes titular de la Sinfónica de Chicago, un sólido maestro que en un programa de repertorio acompañó a nobles instrumentistas en el Doble Concierto de Brahms: el violinista Carlos Pessina (concertino durante décadas de la Orquesta del Colón) y el violoncelista Pierre Fournier. Siguieron dos sesiones de uno de los grandes animadores de las temporadas porteñas en décadas anteriores: Erich Kleiber. El memorable oboísta de la Nacional, Pedro Di Gregorio, hizo el concierto de R. Strauss, mientras Kleiber ofreció varias sinfonías: la No 33 de Mozart, la Heroica beethoveniana y la Segunda de Borodin. Prosiguiendo el abono en septiembre, se tuvo la única visita argentina de un grande: Georg Solti. La crítica de la época lo recibió con admiración y respeto. Nada aportó en cuanto a obras sinfónicas -todo repertorio- fue importante para la Orquesta la calidad técnica e interpretativa que exhibió en la Cuarta de Beethoven, Petrushka de Stravinsky, la N° 102 de Haydn, obras de R. Strauss y Wagner. Y tuvo tres solistas de categoría: el gran pianista norteamericano William Kapell, pronto malogrado, ejecutando el Tercero de Prokofiev; nuestra Lía Cimaglia, estrenando el bello Concierto Campestre de Poulenc (en su versión alternativa para piano; el original es para clave); y la talentosa violinista Ida Haendel en Brahms (la ejecutante siguió activa durante varias décadas más).

Algunos conciertos suplementarios después del abono no tuvieron importancia, pero lo realizado en el Gran Rex fue sin duda una muy meritoria campaña, con genuinas figuras del arte de la interpretación.


1952

Hubo en general críticas poco entusiastas para el ciclo de ocho conciertos que inició la temporada de la Sinfónica. Se realizaron en el Cervantes, cuya acústica sorda, entonces como ahora, no es ideal para música. Directores ya sea argentinos o asimilados al medio desfilaron con poco relieve. Fueron ellos: Olgerts Bistevins (con el fagotista de la Nacional, Ángel Umattino), Lionello Forzanti (con la pianista Nora Caperan), Jean Constantinesco, Washington Castro (con el concertino de la Orquesta, Eduardo Acedo), quizá la mejor sesión, ya que incluyó la suite de Chout de Prokofiev y estrenó Prólogo y fuga de Guarnieri, que ofreció la sinfonía Concertante de Szymanovski con el pianista Francisco Amicarelli; Kinsky, con un programa renovador: estreno del Concierto para violín de Wolf-Ferrari (con Elena Turri) y de la Sinfonietta de Piston; Pedro Valenti Costa, que acompañó al primer violoncelo Luis Walter Pratesi en Boccherini y ofreció los Nocturnos de Debussy y el estreno de la Suite Arcaica de Honegger; y Bruno Bandini, titular de la Orquesta de Radio Nacional, que dirigió música argentina, en particular la curiosa Novena Sinfonía de Alberto Williams, llamada De los batracios. Leyendo esta lista y conociendo los antecedentes de varios de los directores puede pensarse que el ciclo tuvo sus aspectos positivos y que la reacción de la prensa fue demasiado áspera.

El ciclo de abono a 18 conciertos en el Gran Rex tuvo artistas válidos aunque no alcanzó el nivel de 1951 si se hace el balance. Igor Markevich, en su debut argentino, ofreció cuatro conciertos, uno de ellos extraordinario, alternando con sesiones ofrecidas con la Orquesta de Amigos de la Música. Director inquieto, hizo aportes al conocimiento local al estrenar la Tercera Sinfonía de Schubert (¡pensar que aún no se ha dado la Primera!) y la Suite de Turandot de Busoni. Brilló sin duda en la Suite N° 2 de Bacchus et Ariane de Roussel, en la Patética de Tchaikovsky, la Fantástica de Berlioz, y en el concierto fuera de abono ofreció música rusa: una gran versión de la Cuarta de Tchaikovsky, las Danzas Polovetsianas de Borodin y Pedro y el lobo de Prokofiev. Un valioso pianista, Alexander Uninsky, tocó Chopin (No 1) en el abono.

Hubo significativos estrenos en el programa de Kinsky; sobre todo, la Passacaglia de Peter Grimes de Britten, pero también Contemplación y Danza de Piazzolla y Obertura y Danza de Martí Llorca. Además ofreció el raramente escuchado Macbeth de R. Strauss y acompañó al joven Sigi (luego Alexis) Weissenberg en el Primero de Tchaikovsky.

Simbolizando el atraso que en cuestiones de repertorio había en la época, el gran director británico Sir Malcolm Sargent estrenó nada menos que el Concierto para violín de Sibelius (con el notable Henryk Szeryng) y la Octava de Dvorák. Además dirigió un Britten famoso, cuyo estreno mundial había realizado el director: la Guía Orquestal para la Juventud (Variaciones y fuga sobre un tema de Britten). Un concierto trascendente, sin duda.

El rumano Celibidache retornó con un programa ultrabrillante: Fiestas Romanas de Respighi, Una Noche en el Monte Calvo -de Mussorgsky/Rimsky-Korsakov, el Concierto para violín de Tchaikovsky con Szeryng y el estreno del Tango de Arizaga. Luego, Albert Wolff, identificado durante décadas con las temporadas líricas francesas del Colón, ofreció dos programas, ya en agosto, que se concentraron en el repertorio galo: la Tercera de Saint Saëns, la Quinta de Honegger, La Mer de Debussy. Tuvo en un concierto a la exquisita soprano Victoria de los Ángeles, que estrenó las cuatro partes del Canto a Sevilla de Turina que incluyen voz y ofreció Shéhérezade de Ravel. El director estrenó Preludio, Adagio y Fuga de Caamaño.

Vino luego un gran evento, de especial importancia porque será su última visita: Erich Kleiber dirigió las nueve sinfonías de Beethoven como sólo él podía hacerlo, con tanto equilibrio y sentido clásico pero sin olvidar las pulsiones prerrománticas. Fueron cinco sesiones en septiembre y octubre.

Valenti Costa, gran especialista nuestro del repertorio sinfónico-coral, dio un notable programa: Sinfonía de los Salmos de Stravinsky, Santa Rosa de Lima de José André; y La Damoiselle Élue de Debussy. A su vez Cillario ofreció dos obras poco habituales: Paganiniana de Casella y el Dúo-Concertante de R. Strauss (con Umattino y el clarinetista Cosme Pomarico, primer atril). Acompañó a Ventsislav Yankoff en el Concierto N° 4 para piano de Beethoven.

Kinsky dirigió tres conciertos de primavera dedicados a música de las Américas, idea que debería retomarse regularmente. Hubo estrenos como la Obertura Festiva de Orrego Salas, Congada de Mignone y la Obertura para Niños de W. Castro, y autores casi nunca transitados, como García Caturla, Fabini, Santoro, Giacobbe.

Haydée Giordano estrenó el Concierto para piano de Franchisena. Estas sesiones cumplen un propósito informativo que tendría que estar siempre entre las razones de ser de la Nacional.


1953

Tres conciertos de música contemporánea en el Cervantes, a cargo de Mariano Drago y Kinsky, permitieron conocer el Concierto para Orquesta de Ghedini, la Suite de Falarka de José María Castro, La historia de Cui PingSing de Fontenla y Preludio, danza y fuga de Markevich. Además se exhumó la Sinfonía dramática de Respighi, Tauriello tocó su Concierto para piano, y Pratesi, Schelomo de Bloch. Fue útil la inclusión de la Música concertante para cuerdas y cobres de Hindemith.

La serie de abono en el Gran Rex tuvo una calidad superior a la de 1952. Se inició con Markevich en un programa que incluyó el Concertino N° 2 "de Pergolesi" (ahora se sabe que es de von Wassenaar), el Concierto No 2 de Chopin con Maryan Filar y una obra favorita del director, la Primera de Brahms. Es interesante reflexionar con respecto a obras del Barroco como la mencionada de von Wassenaar que en esa época (los años cincuenta) se las integraba a los programas sinfónicos; en la actualidad es raro que eso ocurra y se deja ese repertorio a los conjuntos especializados con instrumentos de época o a aquellos que ejecutan en instrumentos modernos y que no sobrepasan la veintena de intérpretes. Markevich dirigió otros dos conciertos, con Erno Valasek (No 3 de Saint-Saëns) y Ruggiero Ricci, ambos violinistas. El director se lució en obras como Guía orquestal para la juventud de Britten y la Segunda Suite de Dafnis y Cloe de Ravel.

Un director entonces importante, Fritz Rieger, hizo su debut; estaba muy asociado con la vida musical de Munich y sus interpretaciones estaban imbuidas de la tradición germánica. Tuvo categoría el que ofreció con el gran pianista británico Solomon (Cuarto concierto de Beethoven) donde Rieger también armó sólidamente la Cuarta de Schumann. En la misma línea, un programa Beethoven con la Heroica y el Concierto para violín con Ida Haendel. Su última sesión trajo un estreno, la obertura de Kãthchen von Heilbronn de Pfitzner. Acompañó al polaco Stefan Askenase, refinado y lírico intérprete, en el Concierto N° 1 para piano de Beethoven, y dio como obra de fondo la Nuevo Mundo de Dvorák.

El programa de Cillario tuvo a Antonio Janigro en el Concierto para violoncelo de Dvorák y trajo el estreno del Primer Concierto para Orquesta de Petrassi. (Es lamentable que en la actualidad esté tan olvidada la escuela moderna italiana: G. F. Malipiero, Casella, Pizzetti, Petrassi).
Los siguientes tres conciertos tuvieron a un animador de categoría: el holandés Eduard Van Beinum, a la sazón titular de la Orquesta del Concertgebouw. Noble intérprete de firmes medios técnicos, todo cuanto hizo tuvo relieve e inteligencia. Sobresalieron el Concierto para Orquesta de Bartok y la Segunda de Brahms; supo también hacer un Tchaikovsky (la Quinta) sin exagerada histeria y de firme construcción. No fue feliz la intervención del famoso Alexander Brailovsky en Beethoven (el Emperador) y Rachmaninov (el Segundo Concierto). Pía Sebastiani tocó con calidad el Segundo de Beethoven. Lástima que Van Beinum nada trajo de la escuela holandesa moderna (Diepenbrock, Andriessen).

Un maestro austríaco de renombre, Felix Prohaska, tuvo a su cargo los siguientes tres conciertos (una de las buenas costumbres de entonces era asignar varios conciertos a los directores invitados, en vez del desfile de directores que apenas tienen tiempo de conocer la orquesta, como sucede ahora). Hubo en sus conciertos dos estrenos interesantes: el Primer Concierto para piano de Bartok con ese esforzado propulsor que fue nuestro Rodolfo Caracciolo, y Furioso de Rolf Liebermann, autor valioso y poco frecuentado.

La admirable pianista italiana Maria Tipo ofreció Schumann, y el vienés Paul Badura-Skoda, en una buena etapa de su carrera tan despareja, tocó el Cuarto Concierto de Beethoven. Fueron enjundiosas la Cuarta de Brahms y la Grande de Schubert, y se hizo buen Mozart con la Sinfonía Concertante para violín y viola con los primeros atriles de la Nacional, Acedo y André Vancoillie.

Fue de gran valor la siguiente visita, en la que el compositor más importante de América latina, Heitor Villalobos, ofreció dos programas donde estrenó varias obras suyas: las Bachianas Brasileiras N° 8, la Sinfonía N° 6 (Sobre la línea de las montañas del Brasil), el Choros N° 6 y el poema sinfónico Erosión: fascinante música que no se ha vuelto a escuchar.

Terminó el abono con otro debut importante: el maestro alemán Rudolf Kempe en su única visita.

Se destacaron un programa Wagner y la Séptima de Beethoven. Estrenó la Música para cuerdas de la argentina Hilda Dianda, y tuvo como solista a Antonio De Raco en Mozart y al violinista Ruben Varga en Mendelssohn.

La presencia de Kempe no tuvo tanto brillo como se esperaba, pero redondeó bien un abono que reunió a dirigentes de gran fama.

Como puede observar el lector, en esa época los factores económicos fueron favorables para la presentación de europeos y ello se debió a que aún el Viejo Continente no se había repuesto del todo de las heridas de la Segunda Guerra Mundial y los honorarios para figuras de categoría distaban mucho de los honorarios actuales. Además las fuentes de trabajo eran mucho menores.

El ciclo complementario de primavera no tuvo importancia.


1954

Un cambio total de orientación significó un vuelco negativo. Razones financieras -la crisis de la segunda presidencia de Perón- y un virulento ataque de ese nacionalismo tan mal entendido que luego provocaría estragos durante décadas, fueron los motivos de una decisión absurda: prescindir de artistas invitados y armar toda la temporada con argentinos o residentes. Maestros respetables se sucedieron en doce conciertos cuyo mérito fue insistir en el repertorio sinfónico-coral. Fueron ellos Kinsky, Calusio, Cillario, Fuchs, Drago y el chileno Víctor Tevah; los solistas y coros fueron argentinos. Hubo importantes estrenos: Un sobreviviente de Varsovia de Schõnberg, Alexander Nevsky de Prokofiev, Taras Bulba de Janácek, la Segunda Sinfonía de Martinu y la Balada para piano y orquesta de Frank Martin. De autores naturalizados o argentinos: el Concierto para bandoneón de Caamaño con Alejandro Barletta; el Concierto para Fagot de Graetzer, la Passacaglia de J. C. Paz, Jesu Ambulat super acquas de Boero.


1955

Se corrigió el desenfoque del año anterior y volvió el abono internacional en el Gran Rex, renovando los directores. El maestro alemán Leopold Ludwig, muy ligado a Hamburgo, dio sólidas versiones, quizá demasiado ortodoxas, de obras como la Primera de Brahms, la Heroica y la Patética (ultra-repertorio todo). Hubo estrenos argentinos: la Segunda Suite de Werner Wagner, el Movimiento Sinfónico de Veerhoff. Estuvo presente el pianista de Puerto Rico, Jesús María Sanromá, en Ravel, y tocaron los argentinos De Raco (Segunda de Chopin) y Spivak (Segunda de Brahms). Sanromá también colaboró con W. Castro en un programa fuera de abono dedicado a Gershwin.

El alemán Herbert Albert (debut) ofreció dos conciertos de rutina con repertorio; sus solistas fueron Jorge Fontenla en Rachmaninov (la Rapsodia) y Ricci en Tchaikovsky. Los conciertos dirigidos por Cillario tuvieron como nota destacada al pianista norteamericano Abbey Simon en Grieg y a la polaca Halina Czerny-Stefanska. El que dirigió Fuchs tuvo un famoso solista, Mischa Elman, en el Concierto para violín de Beethoven, pero la importancia de la sesión estuvo en otra cosa: Fuchs hizo mucho por la causa de Bruckner en Buenos Aires, y nunca tan destacadamente como cuando estrenó la Quinta Sinfonía del austríaco; quedó como la novedad más trascendente de esa temporada.

El abono, mucho más corto que otros años, tuvo doce conciertos. Los últimos cuatro estuvieron a cargo de un director polaco que debutó y será huésped frecuente: Paul Klecki. Hizo mucho de memorable: la Cuarta de Brahms, Cuadros de una exposición de Mussorgsky-Ravel, la Segunda de Honegger, la Suite de El Pájaro de Fuego de Stravinsky, la Quinta de Tchaikovsky, la Séptima de Beethoven. Hubo estrenos: un Concierto para Fagot de J. C. Bach (con Chiambaretta) y una notable partitura argentina: la Pampeana N° 3 de Ginastera. Fueron solistas Maria Tipo (de vuelta en Schuman, pero también en el Segundo de Rachmaninov) y R. Caracciolo en el Primero de Brahms.

Fue éste el año en donde la Orquesta pasó a llamarse Nacional, no ya "del Estado": el cambio implicaba el acento puesto en lo argentino, lo cual tuvo su lado bueno y también el negativo; por un lado implicaba la necesidad de giras a las provincias, lo cual es parte importante de la misión de la Orquesta, pero por otro llevó a que algunas gestiones obligaran a la presencia de obra argentina en todos y cada uno de los conciertos, entusiastamente apoyado esto por las asociaciones de compositores. El exceso en la materia es tan negativo como la carencia: en el justo medio está contemplada de la mejor manera la obligación hacia los creadores del país y la imperiosa necesidad de un menú musical abarcativo que no omita las escuelas talentosas pero marginales como la inglesa o la escandinava.

Previo al ciclo de abono, hubo una serie de otoño donde se presentaron estrenos válidos. Cillario, siempre interesado en la escuela italiana, dirigió el Concierto para violín de Pizzetti (con Pessina) y las Fantasie d'ogni giorno de G. F. Malipiero. El programa de Drago también tuvo calidad, al estrenar la Cuarta Sinfonía de Milhaud y exhumar Masques et Bergamasques de Fauré. Entre las obras para solista, merece destacarse la reposición del Concierto para piano y vientos de Stravinsky, con Tauriello.

El Ciclo de Primavera también aparejó cierta útil renovación; tuvo lugar en el Cervantes. El mejor fue dirigido por Alejandro Derevitzky y dedicado a estrenos de autores de Estados Unidos: el Concierto para violín de Barber (con Juan Ghirlanda), Rounds de Diamond, Spirituals de Gould y la Segunda Sinfonía de Paul Creston.

Sobre el final del año ocurrió un acontecimiento trascendental: (...) por muy meritoria gestión de los profesores de la Orquesta, retorna de su forzado exilio el más grande director argentino, Juan José Castro, y ofrece una memorable rentrée en el Colón. Programa: La Mer de Debussy, las Metamorfosis sobre temas de Weber de Hindemith y la Segunda de Brahms. Fecha: el 11 de noviembre.

(...)


1956

Se inicia la fecunda era J.J. Castro, que se prolongará hasta 1960 y estuvo marcada por su espíritu profundamente renovador así como por algunas visitas de gran categoría (Ansermet, Scherchen). Los ciclos de Música Contemporánea (que en rigor se hubieran debido llamar "del Siglo XX") fueron una invalorable experiencia informativa para toda una generación, al extremo de que, si se repitieran tal cual en la actualidad, darían un servicio inestimable a aquellos que son jóvenes al finalizar nuestro siglo. Baste anotar como ejemplo el del 28 de abril: estreno de las Variaciones Corales sobre Bach de Stravinsky y de la Suite de Lulu de Berg; además presentó las Danzas afrobrasileras de Villalobos.

Hubo dos series de abono que a su vez tuvieron fuerte presencia del siglo veinte. Los primeros tres, en mayo, fueron dirigidos por Juan José; se destacaron la Música para cuerdas, percusión y celesta de Bartok, la Sinfonía en tres movimientos de Stravinsky, los Valses nobles y sentimentales de Ravel. Leonid Kogan, gran violinista ruso, tocó Brahms.

Fue valiosa la visita del gran compositor mexicano Carlos Chávez, quien estrenó su suite Caballos de vapor y su Tercera sinfonía, además de dirigir repertorio. Otro compositor-director fue el brasileño Camargo Guarnieri, quien estrenó su Tercera Sinfonía (São Paulo) y su Suite IV Centenario. En otro programa de Juan José, Ginette Martenot estrenó el Concierto para Ondas Martenot y orquesta de Jolivet (las Ondas Martenot eran un instrumento electrónico ahora sustituido por sintetizadores).

El francés Jean Martinon, luego director de la Orquesta de la RTV francesa y para entonces titular de la Chicago, brilló en música moderna: Suite N° 2 de Bacchus et Ariane de Roussel (una especialidad suya), el Concierto para violín de Bartók (con Acedo) y la Suite de Chout de Prokofiev. Roberto Caamaño, tan buen pianista como compositor, interpretó la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov, en uno de los conciertos que dirigió Klecki. Éste mostró su eclecticismo en el Concierto Filarmónico de Hindemith, el Concierto para dos pianos de Poulenc (con Nybia Mariño y Delia Sacerdote), el Primer Concierto para orquesta de Petrassi, la Segunda de Sibelius, la Heroica y la Patética. En otro programa de Juan José nuestra gran guitarrista María Luisa Anido tocó el Concierto de Aranjuez de Rodrigo y el director ofreció la Suite Francesa de Egk.

En octubre y noviembre hubo una serie dirigida por Juan José y Fuchs. Puntos altos: el homenaje a Manuel De Falla en el 10° aniversario de su muerte, justamente con los Homenajes y El Retablo de Maese Pedro, así como las dos suites de El Sombrero de Tres Picos. El estreno de la Passacaille de Martin, las Dos piezas de Dallapiccola, las Cuatro líricas de Safo de Eduardo Ogando. La inclusión de la Sinfonía N° 99 de Haydn y de la Fantasía sobre un tema de Tallis de Vaughan Williams.


1957

Nuevamente el Ciclo de Música Contemporánea suscitó gran interés. 14 de abril: L'ascensión de Messiaen, Sinfonía La Armonía del Mundo de Hindemith. 21 de abril: Sinfonía in 4 tempi come le 4 stagioni de G. F. Malipiero, estreno de la Monopartita de Honegger, Suite de danzas de Bartók.

El ciclo de abono se desarrolló en el Colón a partir de mayo. No sólo importan los estrenos, sino también aquellas obras interesantes pero poco frecuentadas, como Les Éolides de Franck, que figuró en el programa inicial de Juan José. El húngaro Antal Dorati, en su única temporada con la Nacional, brilló en el Concierto para orquesta de Bartók y acompañó a Eugene Istomin en el Emperador beethoveniano. En la segunda quincena de mayo y la primera de junio cuatro conciertos estuvieron a cargo del talentoso pero excéntrico Celibidache. Tuvo distinguidos solistas como el pianista Rudolf Firkusny y el arpista Nicanor Zabaleta (estreno del Concierto de Damase). Dirigió repertorio alemán y francés, destacándose la Suite en Fa de Roussel. También incluyó la Tartiniana de Dallapiccola.

Juan José ofreció los Act tunes and dances de Purcell-Bliss y la Suite Escita de Prokofiev; Elsa Piaggio de Tarelli fue la solista en Brahms (N° 2). Los dos programas de Tevah fueron poco interesantes. Ya en julio, Fuchs acompañó a Igor Oistrakh en Beethoven y ofreció dos Nocturnos de Delius (un autor valioso sistemáticamente dejado de lado hasta el presente) y la Sinfonía N° 25 de Mozart. Los programas de Juan José en julio tuvieron gran importancia: en un programa Stravinsky estrenó el Canticum Sacrum y dio una memorable Consagración de la Primavera; en otra velada estrenó el Concierto para orquesta de Lutoslawski.

El gran director holandés Willem Van Otterloo ofreció cuatro conciertos durante agosto, todos ellos de elevada calidad, ya que era un artista de la cepa de Van Beinum en su dominio estilístico y técnico. Puntos destacables: la Suite de Elektra de Diepenbrock, tres fragmentos de Psyché de Franck, la Primera de Mahler, la Sinfonía Matías el Pintor de Hindemith. En uno de los conciertos fue valioso solista el francés Christian Ferras (Concierto para violín de Brahms).

En los últimos conciertos de abono, Fuchs acompañó al Columbus Boychoir en Debussy (La Damoiselle Élue) y Bartók (6 Canciones Folklóricas), y Juan José estrenó la Sinfonietta de Hindemith y una Sinfonía de W. F. Bach. En el Ciclo de Primavera, Juan José estrenó con Vancoillie el Concierto para viola de Bartók.


1958

Un gran año sinfónico para Buenos Aires, ya que además de la notable temporada de la Nacional hubo otras presencias extraordinarias, como Monteux y Beecham. Antes del abono hubo otra serie de música contemporánea, nuevamente de alto valor informativo y estético. Por ejemplo: Dos corales de Bach-Schõnberg, también de este último su Concierto para piano (con Jorge Zulueta) y el estreno de la Sinfonía en Mi bemol de Hindemith. También hubo una gala para Israel, con dos estrenos: Concierto para oboe de Alexander Boscovich; De Israel, suite de Ben-Haim.

El abono en el Colón, fue iniciado con Juan José, quien estrenó Agon de Stravinsky en un programa que también incluyó ese tour de fource que es La Peri de Dukas.

Ocurrió luego un acontecimiento largamente esperado: el retorno a Buenos Aires del mítico director suizo Ernest Ansermet, formador del gusto porteño en antológicos conciertos de la Asociación del Profesorado Orquestal (APO) en los años veinte y gran especialista de la música moderna. Como sus cuatro conciertos lo demostraron, el septuagenario mantenía su nivel de especial precisión y claridad mental (era matemático), sin por ello dejar de ser sobrio pero auténticamente expresivo. Hubo repertorio de diversos orígenes, y si la calidad de sus versiones del Divertimento de El Beso del Hada de Stravinsky, de la Segunda de Honegger y de partituras de Debussy y Ravel podían darse por descontadas, asombró la percepción de su Patética o de la Cuarta de Beethoven. Tuvo a notables solistas: Leon Fleisher en la Rapsodia de Rachmaninov, Szeryng en Brahms. La mano firme y sabia de Juan José y Ansermet habían llevado el nivel de la Nacional a nuevas alturas, pese a que los bronces aún eran mejorables y la cuerda tenía cierta heterogeneidad; las maderas eran en cambio soberbias, y el todo decididamente mayor que la suma de las partes. Y por cierto ayudaba estar en el Colón.

El aporte de Leopold Ludwig al abono puede resumirse en el estreno de la dramática Sexta Sinfonía de Hartmann, otro autor olvidado. A principios de agosto Juan José estrenó el Concierto para violín de Rodolfo Halffter con Acedo.

Fue todo un acontecimiento la presencia de Hermann Scherchen en Buenos Aires (su única temporada) tanto en la Nacional como en Amigos de la Música. Su espíritu inconformista, asombroso nivel técnico y mente poderosa, se apreciaron a fondo en la memorable versión que ofreció de El Arte de la Fuga de Bach en la versión de Roger Vuataz (estreno). También fue notable su Stravinsky (Petrushka). No pareció afín ni a Ravel ni a Tchaikovsky.

En su concierto Fuchs siguió defendiendo a Reger con sus Variaciones sobre un tema de Mozart. Juan José estrenó en varios conciertos obras como la 2° Sinfonía de Julián Bautista o el Concierto para 7 instrumentos de viento, timbales, batería y cuerdas de Martin, y dio partituras como la Obertura de Novedades del Día de Hindemith, El canto del ruiseñor de Stravinsky o el Canto del Destino de Brahms (con el Coro Estable de Rosario de Hernández Larguía). Un nombre que adquirirá cada vez más importancia aparece en el abono: el de Pedro Ignacio Calderón, que estrena la Serenata de Tauriello, acompaña a Jacques Klein en Brahms (N°1) y ofrece la Sinfonía Matías el Pintor de Hindemith.

Tuvo poco peso específico la temporada de primavera.


1959

En abril-mayo y en el Colón, los ya habituales cuatro conciertos de música contemporánea, los domingos a la mañana. Se destacan los estrenos de la Sinfonía de Do de Stravinsky, de las Danzas sinfónicas de Hindemith y del Concierto para clarinete del mismo autor (con Pomarico), pero además se reponen partituras como la Cuarta de Roussel, la Elegía sinfónica de Krenek, Tre Laudi de Dallapiccola, Orfeo de Stravinsky o la Suite Lírica de Berg.

El abono en el Colón tuvo menos relieve que el de 1958. Curiosamente, como en el ciclo contemporáneo, en los primeros conciertos tres los dirige Juan José y uno Fuchs, pero esta vez los programas son menos interesantes, con una excepción: el valiosísimo estreno de la Novena de Mahler. Habría que destacar las Variaciones Istar de D'Indy y La Procesión Nocturna de Rabaud y sólidas versiones de la Quinta de Prokofiev y Petrushka de Stravinsky. Alberto Lysy tocó el Concierto de Dvorák, Abbey Simon el Primero de Brahms; y Ania Dorfman el Primero de Beethoven. Estreno argentino: Suite Coreográfica para el payaso, de Mario Davidovsky.

Antonio Janigro, bien conocido como violoncelista, hizo una mediana impresión como director de obras de repertorio. Tampoco gustó el mexicano Luis Herrera de la Fuente, pero al menos aportó Sensemayá de Revueltas y Huapango de Moncayo. En un nivel superior a ellos se colocó el polaco Stanislav Skrowaczewski, que dio buenas versiones de Cuadros de una Exposición (Mussorgsky-Ravel) y de la Fantástica, estrenó Danza de la muerte y la niña de Graetzer y ofreció la poco transitada Sinfonía N° 33 de Mozart. De su país, Polonia, estrenó Música Fúnebre de Lutoslawski.

El apreciado director francés Jean Fournet, siempre sobrio (a veces en demasía) ofreció Roussel, Mozart y Strauss.

El entonces joven director Thomas Baldner estrenó Capricho y final de Wolfgang Fortner y acompañó al notable pianista norteamericano Byron Janis en el Tercer Concierto de Rachmaninov. Por su parte Lamberto Baldi dio a conocer Hérodiade de Hindemith.

En conciertos de abono Juan José Castro dirigió repertorio, pero en el breve Ciclo de Primavera estrenó la Sinfonía concertante para piano y orquesta del uruguayo Héctor Tosar con el autor como solista, e hizo escuchar la Pequeña Suite del olvidado creador austríaco Franz Schreker.


1960

Nuevamente Juan José Castro aportó su trascendente ciclo de música contemporánea en abril. Así, estrenó la Oda a Napoleón de Schönberg en la versión para cuerdas (el original es para cuarteto), sus Cinco piezas para orquesta y la Pequeña Suite del griego Nikos Skalkottas. Pero además repuso obras tan válidas como las Variaciones de Copland, la Sinfonietta de Janácek, Piezas Op. 6 de Webern, los Estudios para cuerdas de Frank Martin, la Suite de La Opera de Tres Centavos de Weill y la Suite de La Nariz de Shostakovich. Programas fascinantes, como no se han vuelto a dar. El abono tuvo restallante principio, con el más importante estreno del año: La Novena Sinfonía de Mahler, a cargo de la noble batuta de Juan José Castro. Teodoro Fuchs acompañó a la admirable Ania Dorfman en el Concierto N°I de Beethoven. Los tres conciertos del director y compositor Andrzej Panufnik no tuvieron relieve interpretativo pero aportaron obras: del propio director, la Obertura Trágica y el Nocturno, pero también dos manifestaciones del poco conocido clasicismo inglés (un Concierto de Charles Avison y la Suite de The Shepherd's Lottery de Boyce). También interesó Statements de Copland, y fue notable el pianista György Sandor en el Segundo Concierto de Bartók. El resto fue repertorio. Nada que destacar en los conciertos de Herrera de la Fuente y Skrowaczewski, salvo el sensitivo violinista Christian Ferras en el Concierto de Tchaikovsky. Otro Tchaikovsky, el pianista André, brilló en el Concierto N° 3 de Prokofiev (Dir. Cillario). Eugen Jochum lamentablemente nunca vino a Buenos Aires. Su hermano Georg Ludwig, mucho menos talentoso, hizo Beethoven y Schubert rutinariamente, aunque ello fue morigerado por la limpidez del notable Carl Seemann en el Concierto N° 3 beethoveniano. Otro pianista ahora tan famoso y entonces muy joven, Daniel Barenboim, enfrentó el desafío del Concierto Emperador. Juan José Castro lo acompañó en una sesión donde se escucharon los tan atrayentes Interludios del Mar de Peter Grimes de Britten. Bartók, Prokofiev y Brahms figuraron en la siguiente actuación de Juan José.

Llegamos a un acontecimiento máximo en la historia de la Sinfónica. En el abono del Mozarteum Argentino (e interrumpiendo el de la Sinfónica) actuó dos veces nada menos que Igor Stravinsky dirigiendo obras suyas en la segunda parte, mientras su amanuense Robert Craft dirigía la primera parte en ambos conciertos. Si bien la calidad interpretativa se resintió por la edad del compositor, el evento tuvo una repercusión extraordinaria y comprensible: estaba en nuestra ciudad el compositor más famoso del siglo. Estrenó dos obras suyas: Oda y Modos noruegos; y dirigió dos "clásicos" suyos: Suite de El Pájaro de Fuego y Petrushka. Por su parte, Craft, que llevó a Stravinsky al estilo dodecafónico, dirigió obras de la Escuela de Viena: Piezas Op.6 de Webern, dos corales de Bach-Schönberg y la Suite de Lulu de Berg.

Al retornar el abono de la Sinfónica, el chileno Víctor Tevah estrenó la Sinfonía Concertante de su compatriota Domingo Santa Cruz, Teodoro Fuchs hizo la Cuarta de Mahler, y Juan José dio la Sinfonía Elegíaca de Ginastera y con el concertino Eduardo Acedo, el Concierto para violín de Bloch.

Terminado el abono, sobreviene la renuncia lapidaria e irrevocable de Juan José Castro, fuerte ataque a la burocracia. Algunas frases de este documento que merecería ser reproducido íntegro si hubiera espacio: "No se le ve la cara a responsable alguno. Los más se adaptan al sistema. Yo no puedo hacerlo. No puedo amoldarme a esa presunta actividad que pone en marcha una imponente máquina para mover una hoja de papel, llenarla de providencias, pases, sellos y firmas, y al cabo de meses devolverla con un pedido de aclaración sobre cualquier minucia. Kafka debió conocernos. Este exasperante país no ha de preferir (estoy seguro) que gente que necesita de su tiempo para hacer algo se preste a este aburrido juego suicida". También se refiere al tratamiento económico mezquino y al éxodo de instrumentistas. Este grito de corazón del más importante director del país, lo demostró el tiempo, no conmovió a las autoridades, y la orquesta nunca reencontró el nivel de la década 1950-60, a pesar de los problemas que hubo en esos años. Es por ello que de aquí en más el autor de este libro sintetizará mucho, tanto por la restricción de espacio como por el menor nivel artístico.


1961

Recién en abril se tuvieron noticias de la Sinfónica, en una conferencia de prensa donde se hicieron estos anuncios:

a) Se mejoraron las retribuciones. b) Al incrementarse el presupuesto se podrán hacer giras al Interior. c) Se realizó con éxito un concurso para cubrir vacantes. d) Es nombrado Víctor Tevah no director, sino preparador de la Orquesta. e) No se hará el ciclo de música contemporánea.

La solidez técnica y buena ortodoxia interpretativa de Tevah se hizo sentir en un ciclo de cuatro conciertos de repertorio, salvo el Concierto para flauta de Ibert con Alfredo lannelli, gran solista de la Sinfónica.

El abono, de sólo doce conciertos, tuvo invitados interesantes. El húngaro Laszlo Somogyi hizo la Suite de Danzas de Bartók, además de Mozart y Beethoven. El francés Jean Fournet nada aportó; acompañó a Richter-Haaser en el Cuarto de Beethoven. Baldi sí dio dos buenos estrenos: la Sinfonía en Re de Clementi y el Triple Concierto de Casella. También acompañó al gran Firkusny en el K.491 de Mozart y eligió un Brahms poco tocado: la Segunda Serenata.

Fue de especial calidad la actuación del polaco Witold Rowicki, quien dio dos válidas partituras de compatriotas: los Cuatro Estudios de Tadeusz Baird, y el estreno de la obertura Las dos cabañas de Kurpinski. Además hizo una excelente Quinta de Shostakovich. Calderón acompañó al notable Leon Fleisher en el Concierto N° 3 de Bartók. Las siguientes sesiones fueron dirigidas con solvencia por el italiano Alceo Galliera, que estrenó Pezzo concertante de Ghedini, acompañó a la eximia Alicia De Larrocha en Noches en los jardines de España de Manuel de Falla y ofreció un vibrante Cuadros de una exposición de Mussorgsky-Ravel. Una válida iniciativa fue un ciclo paralelo de conciertos para la televisión con directores y solistas que en su mayoría figuraron en el abono.

Se intercaló en el abono una breve gira al Interior, cumpliendo uno de los propósitos esenciales de la Nacional.

Las dos últimas sesiones del abono vinieron después de la mencionada gira. En la primera Cillario estrenó últimas cartas de Stalingrado de Sandro Fuga y la Sinfonía La Casa del Diávolo de Boccherini, además de acompañar en el Emperador a Abbey Simon. El alemán Heinz Wallberg por su parte dirigió obras habituales.

Fuera de abono, Guillermo Espinosa dirigió un interesante programa de estrenos, con Lírica de H. Sommers, Sinfonía N° 1 de Becerra, Judith de W. Schuman, Chôro para clarinete de Guarnieri y Homenaje a García Lorca de Revueltas.


1962

El abono, más amplio que el del año anterior, tuvo maestros extranjeros escasos y no muy conocidos, salvo el ruso Efrem Kurtz, que sin embargo se dedicó a repertorio alemán. Tuvieron poco relieve Piero Bellugi y Jonathan Sternberg, que acompañó a Janis en el Segundo de Rachmaninov. Los tres conciertos de Tevah tuvieron algunos puntos destacados: Cantata para la América Mágica de Ginastera con Raquel Adonaylo, Fantasía sobre un tema de Tallis de Vaughan Williams, Les Illuminations de Britten con Myrtha Garbarini, Suite Provenzal de Milhaud y Vida del campo del chileno Letelier, con la pianista Flora Guerra. Los dos conciertos de Fuchs fueron opacos.

Se intercaló en el abono una gira al Interior y a Asunción del Paraguay, en loable continuidad de miras.

El retorno de Juan José para tres conciertos naturalmente elevó el nivel. Se destacaron las primeras audiciones de su propia Suite Introspectiva y del Concierto para guitarra de Ohana con Narciso Yepes y las interpretaciones del Concierto para violin de Berg con Georg Moench, Dos Piezas de Dallapiccola, y obras de Debussy y Franck. Hubo una presencia importante sobre el final del abono, ya que el destino le deparó difíciles años de relación con la Nacional: el competente y renovador Jacques Bodmer, catalán de ascendencia suiza. Típicamente estrenó Equinoccio de Leni Alexander, Radial de Luis De Pablo y Las Orientales de Suffern y mostró su solidez en los clásicos.


1963

El desorden administrativo hizo que recién hubiera actividad a partir de julio, cuando el talentoso Paul Klecki ofreció la integral de las sinfonías de Beethoven. Luego Juan José en sendos conciertos ofreció dos especialidades: El Retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla y La Consagración de la Primavera de Stravinsky.

El notable director alemán Hans Schmidt-Isserstedt ofreció notables versiones de la Júpiter mozartiana y la Primera de Brahms. En los conciertos de Kinsky y Tevah se destacaron respectivamente Pedro Di Gregorio en el Concierto para oboe de Strauss y Lía Cimaglia estrenó el Concierto N° 1 del argentino Rodolfo Arizaga.

Hubo después seis conciertos en el Colón en lunes. Dos a cargo de Bodmer nuevamente renovaron: Sinfonía La Noche de Cristal de Schidlowsky, Concierto de Cámara de Graetzer, Orfeo de Stravinsky, la Pequeña Sinfonía Concertante de Martin. Acompañó a Audino-Carella en el Concierto para dos pianos de Poulenc y a Manuel Rego en el Concierto de Ravel.


1964

Marzo: cuatro conciertos los lunes en el Presidente Alvear dirigidos por Blech y Fuchs, con programación rutinaria. Y luego, el silencio hasta fin de junio, salvo un acontecimiento: la presencia de Pablo Casals en Buenos Aires (nuevamente el Mozarteum) dirigiendo su oratorio El Pesebre. También hubo un breve ciclo por televisión.

Se nombró una comisión asesora integrada por Jorge D'Urbano, Ferruccio Calusio y Luis Gianneo.

A fin de julio en el Colón la Orquesta estuvo a cargo del gran maestro holandés Willem Van Otterloo, notable en un amplio repertorio: Beethoven, Hindemith, Stravinsky, Ravel. A su vez, Paul Tortelier en su doble carácter de director y cellista ofreció una admirable sesión Debussy-Tchaikovsky.

El periódico Buenos Aires Musical, siempre preocupado por el nivel de la Nacional, convocó la opinión de eminentes personalidades. Sigue una muy breve selección de opiniones: José E. Clemente, director general de Cultura: falta adecuado presupuesto y sede fija. Eduardo Acedo, concertino: "Sus integrantes presentaron notas advirtiendo sobre la conducción artística y administrativa". Simón Blech, nombrado subdirector: "Formar una joven generación". Rodolfo Caracciolo, pianista: "Ensayos demasiado breves; dispersión de energías por actuar en más de una orquesta; carencia de agilidad para toda planificación que supere un ejercicio financiero; necesarias designaciones de un director técnico y otro de programación; erección de una sala de conciertos mediante impuesto sobre los espectáculos" (¡más de treinta años después, sigue sin existir!). Pedro Calderón, director: "No tiene director estable desde 1960; necesita apoyo privado" (recién en años recientes se fundó Amigos de la Sinfónica Nacional). Como se ve, se tenía clara conciencia de las dificultades, pero las soluciones fueron pocas.

El resto de la actividad del año fue de irrelevante calidad.


1965

Tras un ciclo en abril poco significativo, hubo un abono en el Colón los lunes, bastante breve (ocho conciertos). Curiosamente, los dos directores extranjeros fueron polacos: Panufnik y Jan Krenz, que hizo un buen debut; el primero aportó una obra suya, la Sinfonía Sacra, mientras Krenz ofreció repertorio y la Tercera de Roussel y acompañó a dos pianistas: Richter-Haaser en el Segundo de Brahms, Ronald Turini en el Primero de Liszt.

Fuchs dirigió La Creación de Haydn y Calderón acompañó a Ruggiero Ricci en el Concierto N° 2 de Paganini (el de "La Campanella")

En una extraña actitud, la Nacional no admitió que Martha Argerich tocara dos conciertos en una sola sesión, y así se produjo la paradoja de que la celebrada pianista, tras tocar con La Nacional el Primer Concierto de Chopin, ejecutó luego con "integrantes de la Nacional" el Tercero de Prokofiev.

La Nacional colaboró a continuación con entidades privadas. Así (y allí no opuso reparo...) acompañó a Claudio Arrau en la integral de los Conciertos para piano de Beethoven (Dir. Fuchs) para Amigos de la Música. E intervino en la Misa de Bach dirigida por K. Richter y luego, actuó para el Mozarteum que presentó a Maurice Le Roux con el Coro La Faluche de la Sorbonne, que interpretó Jephte de Carissimi; el director ofreció una lucida versión del Concierto para orquesta de Bartók. En un segundo concierto, Le Roux estrenó la cantata Bomarzo de Ginastera, con el actor Luis Medina Castro y el bajo Víctor de Narké.

Washington Castro inició una serie -no de abono- con las Variaciones de Dallapiccola (estreno) y el Concierto N° 1 para piano de Brahms con Rudolf Buchbinder. El buen director chino Choo Hoey demostró captar bien los modernos con su Petrushka (Stravinsky) la Música para cuerdas, percusión y celesta de Bartók y el Concierto para violín de Schönberg (con Acedo). Alberto Lysy tocó el Concierto para violín de Schumann. Una intervención que con los años se hizo habitual fue para la Asociación Argentina de Compositores: se estrenó Movimientos contrastantes de Terzian. Luego Fuchs dirigió el Réquiem Alemán de Brahms, y Juan E. Martini ofreció la Suite de danzas de Proserpina de Paisiello-Lualdi y acompañó a Pía Sebastiani en el Concierto N° 1 de Tchaikovsky.


1966

Teodoro Fuchs fue nombrado director titular y tuvo a su cargo el primer concierto, el 14 de marzo en el Presidente Alvear, pero poco duró: en agosto renunció, a raíz de un episodio ingrato: el mal estado de un piano que fue rechazado por Gary Graffman. En abril hubo cuatro conciertos de música contemporánea con algunos aportes: Fuchs hizo la Tripartita de R. Halffter, Calderón estrenó Adiós a Villalobos de J. J. Castro y repuso la Kammermusik N°2 de Hindemith con N. Zulueta, y W. Castro privilegió la escuela italiana moderna con la Cuarta Sinfonía de G. F. Malipiero y el Segundo Concierto para orquesta de Petrassi.

El abono se realizó en el Colón entre junio y agosto y tuvo directores correctos extranjeros: Jean Fournet, que hizo la Fantasía de Debussy con la pianista Lía Cimaglia Espinosa y el Segundo Concierto de Bartók con Ralph Votapek; Hanns Martin Schneidt, que estrenó la Sinfonía Serena de Hindemith; y Choo Hoey, que dirigió la Cuarta de Roussel. Fuchs estrenó las Estructuras líricas de Koc, y Calderón, la Tercera Sinfonía de García Morillo.

Siguió un ciclo de cinco presentaciones en la Facultad de Derecho, que casi no tuvo interés. Y "en sandwich", actuaciones para el Mozarteum con la dirección de Ettore Gracis, que aportaron cosas interesantes, como la sesión que ofreció dos sinfonías de Malipiero, la Quinta (con el dúo de pianos Gorini-Lorenzi) y la Tercera, "delle campane". Gorini-Lorenzi también tocaron los Conciertos para dos pianos de Poulenc y Mozart. También fueron buenas entregas la Paganiniana de Casella y la Cuarta de Mahler. Fue controvertida la inclusión de Canzonas y Sonatas de G. Gabrieli y de Sinfonie de Viadana, mediocremente ejecutadas.


1967

En los meses iniciales nada pasó de importante, aunque actuaron algunos buenos solistas: Aaron Rosand y Edith Peinemann en violín, y la contralto Louise Parker. El abono fue en el Ópera y empezó en junio. Hubo tres conciertos dirigidos por Stanislav Wislocki, de convencional trazado, con los solistas Sandor, Richter Haaser y Ara. Los tres que realizó Kurt Wõss tuvieron la validez de la Tercera de Bruckner en su versión original y de las Seis piezas Op. 6 de Webern. Los dos que dirigió Eduard Van Remoortel fueron anodinos. Solistas del abono: Perticaroli, Trío de Trieste, Lowenthal. En septiembre la Sinfónica colaboró con Pro Musicis en el Coliseo. Tres sesiones con Louis de Froment con los conciertos de Ravel (Michéle Boegner y Jean-Paul Sevilla) y el de dos pianos de Martinu (Pauline Marcelle y Raya Birguer). Eduardo Mata dirigió a la mítica Magda Tagliaferro en Fauré y Liszt, y el chileno Agustín Cullel hizo música española. Ya en octubre, Calderón dio a conocer una importante obra: Les Choéphores de Milhaud. Fueron opacos los conciertos finales del año.


1968

Juan Carlos Zorzi es nombrado Director Estable. En conciertos gratuitos en la Facultad de Derecho (abril y mayo) dirige el Réquiem de Fauré, el Te Deum de Gilardi y la Misa de Zipoli (con la Schola Cantorum de la UCA), la cantata Angor Dei de Gianneo (con Carmen Favre), los Wesendonk-Lieder de Wagner (con Elizabeth Sherman). Otros directores: Drago (Mozart, Gran Misa en do menor), Malaval, Mariani, Blech. Refaccionado tras el incendio que se declaró durante la visita de la Compañía Renaud-Barrault, el Teatro Nacional Cervantes se reinauguró con un concierto de la Sinfónica dirigida por Zorzi el 19 de junio que contó como solista al guitarrista Narciso Yepes (Concierto de Manuel Valls). Fue el inicio de un abono que tuvo a algunos artistas interesantes. En los dos conciertos de Wislocki hubo primeras audiciones de conciertos de Martin y Haydn con el violoncelista Pierre Fournier, un Emperador con Votapek, y el estreno de Riff 62 de Kilár. El francés Gilbert Amy estrenó su Triade y ofreció Webern y Debussy; Zvi Zeitlin tocó el Concierto para violín de Stravinsky. Bodmer tuvo a Alejandro Barletta como solista del Concierto para bandoneón de Caamaño. Charles Dutoit en sus tres conciertos hizo Ginastera con Sebastiani, Bruch con A. Carfi y dirigió Cuadros de una Exposición de Mussorgsky-Ravel. Además Cimaglia tocó el Choro de Guarnieri. El 26 de agosto Zorzi tuvo al gran Andor Foldes en el Concierto N°1 para piano de Bartók. Hubo luego homenajes a Juan José Castro y Luis Gianneo. Un importante evento fue la presencia del compositor suizo Frank Martin dirigiendo su Passacaglia y Concierto para siete vientos, timbales, percusión y cuerdas. Tauriello estrenó (con el autor al piano) Contrastes de Gandini. El mexicano Eduardo Mata ofreció la primera audición de Sones mariachi de Galindo. Sivieri, para la Asociación Argentina de Compositores, estrenó Entradas de la Andante Caballería de Grau. El cuatro de diciembre se produjo un acontecimiento significativo: la primera actuación del Coro Polifónico Nacional, dirigido entonces por Roberto Saccente; fue en el estreno (dirigido por Zorzi) de Rejoice in the Lamb de Britten.


1969

En los meses iniciales dirigieron Drago, Fontenla, Mariani, W. Castro. Luego, como la Sinfónica no tenía dónde actuar, dio durante un mes conciertos radiofónicos. Sin embargo, colaboró con Amigos de la Música en un relevante estreno: La Pasión según San Lucas de Penderecki conducida por Henryk Czyz. En la segunda quincena de julio, Dutoit tuvo problemas con la sala del Coliseo: en su primer concierto no tuvo cámara acústica, en el segundo sí, pero no resultó satisfactoria; para el tercero el director pidió y obtuvo traslado al ópera. Fue ése un concierto memorable, con Argerich en el Tercer Concierto de Prokofiev y el director excelente en La Consagración de la Primavera de Stravinsky. Sin embargo Dutoit se mantuvo quejoso: "La Orquesta no está en buenas condiciones; a veces faltan hasta 30 instrumentistas; mando mis proyectos y nadie me responde". W. Castro tuvo a Maria Tipo como solista en el Segundo Concierto de Chopin. Los conciertos de Bour debieron ser dos pero se canceló uno. Los dos que dirigió Martinotti tuvieron el aporte del estreno de Cuaderno de notas de Riccardo Malipiero. En octubre la Nacional colaboró con el Mozarteum acompañando a esa admirable cantante que fue Régine Crespin en Ravel y Debussy (Director: Calderón).


1970

Se crea el Complejo Musical, del que dependerá la Nacional, pero no se nombra director... Sí, en cambio, hay nuevo director de la Nacional: Jacques Bodmer, tras un año (!) de acefalía por renuncia de Zorzi. Tampoco hubo durante largos meses subsecretario de Cultura, hasta que recién en octubre fue nombrada Diana Levillier. Todo ello revela el descuido de la cultura en esa etapa de la vida del país.

En mayo junio la embajada de Italia auspició cinco conciertos en el Coliseo, dirigidos por Martinotti, con el violinista Franco Gulli y el pianista Michele Campanella (en reemplazo de Pollini, que nunca vendrá). Salvo la Suite La Follia d'Orlando de Petrassi, la programación no tuvo interés. El abono en el Coliseo se inició en julio con Bodmer dirigiendo Bartók (con la violinista Masuko Ushioda). Howard Mitchell hizo repertorio, como el Cuarto de Beethoven con M. Frager. Bodmer ofreció una atrayente sesión con el Concierto de Sibelius (Erick Friedman, violín) y el Stabat Mater de Rossini. En sus dos sesiones el polaco Karol Stryja aportó la Pequeña Suite de Lutoslawski; Freire tocó el Primer Concierto de Tchaikovsky.

En diciembre se logró el decreto de restructuración de la Nacional: se nombró director a Bodmer, programadora a Berta Z. de Guevara Civit. Los sueldos, al triplicarse, alcanzan un nivel razonable. En los meses siguientes se realizarán concursos para intentar cubrir nada menos que cincuenta y cinco cargos.

Otros estrenos del año: en septiembre, Schnorrenberg aporta las Variaciones Elementales de E. Krieger y el Capricho para piano y orquesta de Ben-Haim (con F. Nudelman). Para el Primer Festival Nacional de Música Contemporánea, en noviembre, Zorzi estrena el Capricho de Penderecki (S. Bajour, violín), y Tauriello ofrece una partitura de singular importancia, Déserts de Varèse, así como la Fantasía Impromptu de Gandini con el autor al piano. El concierto dirigido por Lukas Foss en el San Martín produce un sonado escándalo con el estreno de In C del minimalista Terry Riley; apenas se calman los ánimos con el Concierto para piano de Cage y las Baroque Variations del propio Foss.

En otro orden de cosas, fueron varios los conciertos en la Facultad de Derecho que se cancelaron por disturbios estudiantiles.


1971

Silencio hasta el 16 de junio, cuando Bodmer da una conferencia de prensa acompañado de la mitad de la orquesta. Cuenta allí que se realizaron los concursos pero no los nombramientos... ¡No tan curiosamente, se concretaron esa misma tarde! Quedaron vacantes, con todo. No se pagaron las retroactividades. No se podrá hacer un abono: la partida reservada se destinó a otros fines. Levillier había renunciado en marzo, siendo reemplazada por Gustavo Malek; éste nombró a Horacio Carballal como subsecretario de Cultura, recargándolo con carteras interinas en los meses iniciales.

Por razones presupuestarias la actividad de la Sinfónica fue muy escasa, aunque contó con directores de mérito, lamentablemente cada uno con un solo concierto. Bodmer había ofrecido valiosos estrenos en una sesión de abril: la Sinfonía de Berio con los Swingle Singers, Resonancias III de H. Dianda. El director suizo Armin Jordan dirige Honegger, Liszt (con F. Zadra) y Schumann en julio, el húngaro Antal Jancsovics un programa Bartók con Caracciolo, los alemanes L. Ludwig y Volker Wangenheim respectivamente Schubert y Britten (con el tenor Charles Bressler) y Brahms (con Uto Ughi) y Schumann. Por último, Herrera de la Fuente estrena la Quinta Sinfonía de Henze.


1972

Es el año del conflicto entre Carballal y los responsables de la Nacional, Bodmer y Guevara Civit; desde enero a julio la Orquesta queda acéfala por no renovarles los contratos. El decreto de reglamentación y remuneración, elaborado por Bodmer y Guevara, es retenido seis meses por Carballal. El 10 de julio se conoce el decreto, que define normas para el ingreso, sueldos, prestaciones, calificación anual y sanciones por retrasos o inasistencias no justificadas. Carballal pretende poner en duda la legitimidad de los nombramientos de Bodmer y Guevara; propone como director a W. Castro; pese a petitorios pro-Bodmer, la situación se mantiene paralizada. En noviembre la Orquesta se dirige a la opinión pública respaldando a Bodmer y Guevara y toca delante de la Casa Rosada. Se realiza concurso de antecedentes, lo gana Bodmer, pero obstinadamente Carballal no lo nombra; el presidente Lanusse y el ministro Malek siguen sin intervenir. Los miembros de la Orquesta no cobran sueldo desde hace siete meses, y el año se ha perdido.


1973

Continúa esta increíble historia. En abril se vuelve a nombrar a Bodmer y Guevara, se aprueban nuevos sueldos, se pagan retroactividades, se concursa para cubrir 16 cargos (se realiza con parcial éxito). Cambia el gobierno, sube Cámpora. Y luego Lastiri. El 1° de agosto renuncia Guevara por desaveniencias con Bodmer en cuanto a programación. En el segundo semestre se refunda el Complejo Musical y es nombrado Ariel Ramírez, de quien dependerá Bodmer.

A partir de julio se inician los conciertos, retornando al Teatro Colón por influencia de Elvio Romeo, ligado como intérprete y gremialista a la Orquesta, y en esa etapa al Colón. (Hubo uno solo anterior, para Tiempo y Espacio, en junio, con Magaloff). No abundó lo interesante; destacable: el estreno del Concierto para dos pianos de Bartók (Tauriello-Gandini con Bodmer); la segunda audición de la Sinfonía N° 2 de Charles Ives (Benzecry); la buena interpretación de Eduardo Mata de Fiestas romanas de Respighi; el estreno de Tropos de Gandini (Bodmer); buenas presentaciones de los pianistas Vladimir Bakk y Leslie Wright; correctas versiones de repertorio del rumano Mircea Basarab; Bodmer en la Sinfonía Resurrección de Mahler.


1974

No faltaron "eventos de masas" en los meses iniciales: la Obertura 1812 de Tchaikovsky en Vélez Sarsfield, con cañones; la Coral de Beethoven en el Luna Park. En ocho conciertos de otoño en el Colón hubo algunos valiosos: los conciertos de Decker, con Don Quijote de Strauss y la Cuarta de Bruckner; el de Calderón, con la Sinfonía Polaca de Tchaikovsky y el Concierto N° 27 de Mozart con Jörg Demus; y el de Jean-Pierre Jacquillat, que estrenó la Segunda Sinfonía de Dutilleux y acompañó a André Navarra en el Concierto para violoncelo de Dvorák.

Se pasó luego al Cervantes para el abono, que contó con Werner Torkanowsky en repertorio, con Bakk y Nicolás Chumachenco; con Ernest Bour, que estrenó la Música para una escena de film de Schönberg y la Rapsodia para violoncelo de W. Wagner (con Arto Noras). Además Tevah acompañó al notable pianista francés Michel Beroff en Prokofiev (Nº 3) y Bartók (Nº 2); Chávez estrenó sus Mañanas mejicanas y Maremagnum de M. Juárez y acompañó a V. Spivakov en Mozart (Concierto Turco); Carmen Moral en su debut estrenó el Concierto para guitarra amplificada de Caamaño con Irma Costanzo y ofreció la Misa Nº 5 de Schubert; Jorge Rotter en una notable sesión estrenó la Suite Böcklin de Reger y acompañó a Claude Frank en Beethoven (Nº 1); Eliso Virsaladze dio una admirable interpretación del Primer Concierto de Tchaikovsky con Schnorreberg; Héctor Tosar estrenó sus Reflejos y la Suite según Figari de Lamarque Pons.

Dos acontecimientos cerraron el año: Bodmer estrenó el Réquiem de Dvorak, y el 29 de noviembre se reprodujo el concierto inicial de la trayectoria de la Orquesta al cumplirse 25 años de su existencia, con cuatro directores ligados a su trayectoria: Bodmer, Zorzi, Kinsky y Blech.


1975

Los problemas de nuestra moneda en ese año incidieron fuertemente, ya que varios famosos directores decidieron no venir temiendo no recibir su honorario: Sixten Ehrling, Robert Shaw, Massimo Pradella. El 17 de julio Bodmer envió una carta al secretario de Cultura Carlos Frattini sobre trabas burocráticas; poco después el director decidió volver a España, vencido por la ineficacia, tras pasar largos meses trabajando sin cobrar.

Como es fácil colegir, fue un año precario. A destacar: el Concierto para viola de Bartók, con Luigi Bianchi y Zorzi; el pianista E. Moguilevsky, el violinista Ughi; la despedida de Bodmer el 3 de septiembre con un programa moderno que incluyó Lontano de Ligeti y el Concierto N° 1 de Prokofiev con Ana María Mucciolo; la buena combinación de dos artistas brasileños: el director Isaac Karabtchevsky y el pianista Antonio Barbosa.

En octubre el secretario de Cultura Francis Macías nombró a Roberto Caamaño director del Complejo de Música, que a su vez nombró titular de la Nacional a Jorge Fontenla.


1976

Un año enteramente a cargo de los directores locales, ante la crisis del país. Escaso interés de programación, además, porque faltó dinero para alquilar material de orquesta. Poco digno de mención: Elias de Mendelssohn (Fontenla), el Concierto para clarinete de Nielsen (Frogioni con Russo); el estreno de ...e sará ... de Gandini (Tau-riello) y de Central Park in the dark de Ivés (también Tauriello); el estreno del Concierto para arpa de Ginastera (Romanina De Piaggi con Fontenla); la reposición de la Sinfonía sobre una canción montañesa francesa de D'Indy (Gandini en piano con Russo); y el tan tardío estreno de las Danzas Sinfónicas de Grieg (Fontenla).


1977

En febrero tuvo Fontenla una idea interesante: ofrecer las cuatro oberturas que Beethoven escribió para Fidelio. En mayo John Carewe dirigió Britten y Vaughan Williams, en junio Benzecry ofreció Beethoven poco conocido (Obertura de Rey Esteban, cantata Mar calmo y viaje feliz). Además, Sécheresses de Poulenc. En otro concierto el director estrenó Washington's Birthday de Ivés. En julio Calderón dio la primera audición de Los Caprichos de Gandini (con I. Costanzo, guitarra). En agosto Jacquillat estrenó Andrea del Sarto de Daniel-Lesur y Ricercare's Blue de Luis Arias, y Fontenla dio una importante sesión con dos obras de Petrassi (Concierto N°1 para orquesta y Coro di morti) y el estreno de la Sinfonía Concertante para oboe y orquesta de Ibert con Bruno Pizzamiglio. Luego Zorzi estrenó La Catedral de Acero de Legley y el Concierto para violoncelo de Ficher (con Leo Viola) y Fontenla ofreció las Tres pequeñas liturgias de la presencia divina de Messiaen.

La Orquesta colaboró con la Wagneriana en un concierto justamente dedicado a Wagner dirigido por Hager con la mezzosoprano Margarita Zimmermann. Aldo Antognazzi tocó la transcripción para piano del Concierto para violín de Beethoven (con Scarabino), Russo estrenó Hamlet de Tchaikovsky y repuso con Claudio Kanz la Sinfonía Concertante para piano y orquesta de Szymanowsky, y Fontenla estrenó el Salmo 11 de Schreker. En noviembre hubo varias obras concertadas poco conocidas: el Concierto para piano de Martucci (Scalcione con Russo), el de clarinete de Hindemith (Frogioni con Fontenla), el de piano de Poulenc (L. Sorin con D'Astoli), el N° 1 para piano de G. F. Malipiero (F. Marigo con C. Zorini). Sobre el final de temporada renunció Caamaño en fuerte conflicto disciplinario con la Orquesta, que derivará en una proscripción inaceptable de Caamaño como compositor, grueso lunar en la trayectoria colectiva de la Nacional.


1978

Napoleón Cabrera es nombrado director del Complejo de Música. A mitad de año renuncia Fontenla y lo reemplaza con demora Bruno D'Astoli. Terrible decisión: al no tener otro ámbito que el Cervantes, y teniendo este teatro ocupados todos los días excepto el lunes, los conciertos deben hacerse ese día, chocando con la Filarmónica en el Colón; por supuesto, fue la Sinfónica la que salió perdiendo. En todo momento hubo un horizonte de fondos de dos meses. Sin embargo se logró que dos directores, venidos con el Ballet Nacional armenio, Aram Katanian y Hagop Voskanian, estrenaran obras de sus compatriotas Mirzoian (Sinfonía para cuerdas y timbales) y Hovhanessian (Passacaglia). Y se conoció al director alemán Hans Priem-Bergrath. Hubo tres concursos y se logró completar la dotación. Y pudo hacerse una gira al Interior abarcando ciudades que nunca habían escuchado una orquesta sinfónica. En un panorama dominado por artistas locales, vale recordar que también actuaron el director Carewe y los solistas Bishop, Metzler, Blankenheim (todos pianistas) y Hanani (violoncelo).


1979-1984

Fueron éstos años opacos, donde sólo algún chispazo ocasional iluminó una monótona sucesión de conciertos adocenados. Las dificultades organizativas y los errores de conducción abundaron.

Destacable 1979: Ingrid Haebler en el Concierto N° 26 de Mozart (con Moral); los directores españoles Odón Alonso y E. García Asensio; Decker y Hager, cada uno con dos sesiones (en una, estreno del Concierto para viola de Gandini, con Tichauer).

En 1980: el Concierto para flauta de Nielsen (P. L. Graf con D. Machado); el programa Wagner para la Wagneriana dirigido por Hans Wallat con el bajo Karl Ridderbusch; los tres conciertos de Decker, con interesante programación; solistas como Ughi, Votapek, Entremont, A. Chumachenco, Beroff; los tres que dirigió Bedford (especialmente las Imágenes completas de Debussy); dos con Hager.

1981: El estreno del Concierto para violín de Lutoslawsky (Curti-Blech); debut de los directores Thomas Michalak, Yoichiro Omachi, Dietfried Bernet y sobre todo Okko Kamu. Solistas: B. Belkin, Haebler, C. Frank, I. Rogoff, Firkusny. Obras: la Quinta de Nielsen, estreno de Glosses sobre temes de Pau Casals de Ginastera, estreno de la Sexta de Sibelius.

1982: valiosos estrenos contemporáneos: Tauriello dirige la Segunda de Lutoslawsky, el Concierto para piano de Gandini. Calderón estrena la Décima de Mahler en la versión de Cooke y repone la Sinfonía Fausto de Liszt. Wangenheim ofrece la integral de las sinfonías beethovenianas.

1983: Benzecry estrena la sinfonía Boda Rústica de Goldmark. Wangenheim dirige la Novena de Mahler. Debuta el maestro alemán C. A. Bünte. Zorzi ofrece la integral de las sinfonías brahmsianas y la Cuarta de Nielsen.

1984: Scarabino da el estreno de la Sinfonía de las Américas de Gianneo y repone la música incidental de Egmont de Beethoven. Astor Piazzolla toca su Concierto para bandoneón con Zorzi, que en otro concierto acompaña a Tichauer en el Concierto para viola de Walton y repone la Primera Sinfonía de Alberto Williams. Fontenla exhuma la Sinfonía de Dukas y estrena Los burgueses de Calais de G. Graetzer. Benzecry da Mi Patria de Smetana dividida en dos sesiones. El violinista Daniel Zisman estrena el Segundo Concierto de Bruch (con A. Spiller).

Novedades en la conducción durante estos años: en 1979 el secretario de Cultura Raúl Crespo Montes nombró director del Complejo Musical a Waldemar A. Roldán. Ajuste positivo de escalafón a fin de ese año, concurso a principios de 1980. Al iniciarse ese año, el nuevo secretario de Cultura Llerena Amadeo pide la renuncia de Roldán. Volvió a nombrarse titular a J. C. Zorzi. Con buenas intenciones nace la Fundación Amigos de la Orquesta Sinfónica Nacional; poco podrá hacer desde entonces hasta nuestros días. Pasó un año antes de que el nuevo secretario de Cultura J. C. Gancedo nombrase (a mediados de 1981) a J. E. Martini en el Complejo; éste programó 1982. En ese año la Secretaría de Cultura pasó a depender de la Presidencia.


1985-1994

Fueron años en donde relativas mejorías alternaron con nuevas caídas. Sobre fines de 1984 el entonces director del Complejo Musical, Iván Cosentino, entró en conflicto con la Sinfónica y se suspendieron las actividades. Recién se reanudaron en mayo de 1985. Doce conciertos en miércoles por medio en el Cervantes, repeticiones en el Gran Buenos Aires. Directores locales: Zemba, Rotter, Braude, Giraudo, Fontenla, Benzecry, Calderón, Tauriello, Dobrin, Becerra, Scarabino. Programación opaca salvo alguna excepción. Luego dos conciertos sinfónico-corales en primavera (Russo, Segade).

1986: Un año interesante debido a la renovadora programación de Julio Palacio, apoyado por el director titular Jorge Rotter. Muy importantes estrenos de sinfonías: Lutoslawsky (No 1), D'Indy (N° 2), Shostakovich (N° 8), Liszt (Dante), Prokofiev (No 6), Scriabin (No 3). Otros: Luonnotar de Sibelius, Concierto N° 3 para piano de Tchaikovsky, Concierto para clave de Martin. Éxito del director japonés Kazuhiro Koizumi. También vinieron Henrique Morelenbaum y Andrzey Straszynski. Hubo algunos solistas extranjeros. La Nacional tuvo por salas al Coliseo y al Auditorio de Belgrano.

Pero en 1987 de nuevo conflictos, actos de protesta reclamando ajuste salarial que el Gobierno no concede (recién se llega a un acuerdo en junio 1988); se inician diez conciertos gratuitos cada dos miércoles. Directores locales con anodinos programas salvo algún estreno grato (Momoprecoce de Villalobos).

1988: directores jóvenes en marzo (D. Schapiro, E. Saúl, C. Calleja, D. Mazza). Luego ciclo "Las grandes sinfonías" con directores de nuestro medio (salvo Erol Erdinc) sin estrenos de ese género. Nada destacado en todo el año excepto algunos estrenos (Concierto para violoncelo, Honegger, Triple concierto, Malipiero).

1989: Pocos chispazos sacudieron la mediocridad general; no hubo estrenos valiosos ni visitas extranjeras. Excepciones: estreno de la Primera de Scriabin, actuación de Jean-Louis Le Roux.

1990: meses de silencio en la primera mitad del año; es la gestión de Julio Bárbaro (secretario de Cultura) y de Juan Enrique Farías Gómez (director del Complejo de Música). Nuevamente las soluciones tardan en encontrarse. Temporada sin relieve.

1991: la Nacional no tiene director estable; los Castiñeira de Dios (padre e hijo) rigen su destino. Se destacan los conciertos del mexicano E. Díazmuñoz en mayo, estrenando Itinerarios de S. Revueltas y el Concierto para violoncelo de Zyman (con Carlos Prieto) y ofreciendo una notable Consagración de la Primavera de Stravinsky. Fuera de ello nada se destacó en la Capital, pero en octubre hubo un evento importante: la primera gira de la Nacional a un país europeo (España); fue dirigida por Simón Blech y resultó exitosa, sobre la base de un programa americano.

1992: Una buena idea propuesta por Juan Carlos Zorzi, la integral de las sinfonías de Sibelius, no pasó de las dos primeras. Como en años anteriores, las dificultades para pagar en divisas significaron que los visitantes fueran esporádicos: Díazmuñoz, Myer Fredman. Estrenos escasos y de relativo mérito.

1993: Las visitas de Peter Bellino (que estrenó el Concierto para piano de Lanza con el autor) y de Urs Schneider (que dio a conocer la Sinfonía N° 2 de Martin) aportaron algún interés a un año chato. Sin embargo, la Wagneriana tuvo el concurso de la Nacional para un concierto válido dirigido por Serge Baudo (Debussy y Stravinsky).

1994: Mario O'Donnell es secretario de Cultura y Pedro Calderón es nombrado titular de la Nacional, en una gestión que se prolonga hasta la fecha y ha renovado a la Orquesta. Sin embargo, el arranque fue lento y 1994 mostró pocas variantes con respecto a años anteriores. Con todo, hubo que celebrar la presencia de directores como Francisco Rettig y Edmon Colomer o solistas como Nelson Freire y Eduardo Vassallo. La programación fue mediana. Hubo un concierto dirigido por Eugene Kohn para servir de marco a la presentación del pianista Arthur Ozolins, para la institución Junior Achievement.


1995 - 1998

Fueron años de continua mejora administrativa y artística, culminando en 1998 con un abono, el primero en mucho tiempo. Se abandonó la nociva política de los conciertos gratis, optando en cambio por precios muy moderados. En la estructura actual la Dirección Nacional de Música y Danza, que estaba a cargo de Calderón desde 1996, se ha convertido en Dirección Nacional de Artes y la ejerce Rubén Verna. O'Donnell fue sucedido por la doctora Beatriz K. de Gutiérrez Walker, que ha mantenido el apoyo a la Nacional.

1995: algunos momentos destacables: José R. Encinar en música española contemporánea; Carlos Riazuelo dirigiendo la Sinfonía N° 3, Litúrgica, de Honegger; las valiosas tareas de A. Spiller en la Octava de Shostakovich (Spiller es subdirector de la Nacional); de Calderón con Baraviera en Don Quijote de R. Strauss; los conciertos para la Wagneriana conducidos por Scarabino (Primer Concierto de Bartók con Púppulo) y Calderón (Concierto No 1 de Chopin con Piotr Paleczny).

1996: Se destaca la magna tarea de Calderón al plasmar los Gurrelieder de Schönberg para la Wagneriana en el Colón. Antonio Russo dirigió admirablemente la Tercera Misa de Bruckner, Calderón la Tercera Sinfonía de Mahler, Perusso la suite de Chout de Prokofiev y el Concierto para piano de Lutoslawski con Cítera, Spiller la Segunda de Bruckner. Directores extranjeros: Dimitri Manolov (Sexta de Shovtakovich), Irwin Hoffman, Karl Martin (Concierto para violín de Tchaikovsky con Viktor Tretyakov), Piero Camba en la Tercera de Saint-Saëns, Enrique Diemecke en la Sinfonía Doméstica de R. Strauss. Y dos programas del titular de la Nacional, Calderón: uno de música inglesa con el Concierto para violín de Walton en estreno (con Alejandro Rutkauskas) y otro estrenando esa extraña pero fascinante Tercera Sinfonía de Gorecki.

1997: Retornaron Rettig, Biscardi y Díazmuñoz, debutaron Kasper De Roo y Benoit Renard. Entre los argentinos brillaron Dante Anzolini y Daniel Zisman en el Concierto para violín de Elgar. También impresionó el pianista Barry Douglas en el Segundo Concierto de Brahms. Calderón demostró nuevamente su categoría en dos Quintas Sinfonías, las de Mahler y Bruckner. Fue muy valioso el concierto de Rotter estrenando la Sinfonía Lírica de Zemlinsky e incluyendo además el Concierto para piano de Ligeti con Susana Kasakoff. También merece mencionarse la Sinfonía N° 11 de Shostakovich por De Roo.

1998: El gran mérito de este año es el haber logrado concretar un abono, con lo que ello implica de responsabilidad hacia el oyente, y haberlo desarrollado sin tropiezos y con buen nivel. Directores extranjeros: David Garforth (El pájaro de fuego completo de Stravinsky); Peter Bellino en la Cuarta de Nielsen; y Irwing Hoffman (Tchaikovsky); Günter Neuhold en programa ruso (Emma Schmidt en el Concierto N° 3 para piano de Schnittke); Karl Martin en una Misa de Haydn y Petrushka (Stravinsky); Gabriel Chmura en Beethoven y Bruckner; Jacques Bodmer en Mozart (con K. Lechner, S. y L. Tiempo) y Dvorák. Calderón estrenó la Primera de Rachmaninov y acompañó a Douglas en el Concierto N° 3 del mismo creador. En la pretemporada impresionó León Spierer conduciendo desde su atril de concertino y Ruggero Barbieri dirigió Walton (el Concierto para viola con Gustavo Massun) y Respighi. Pero el mayor evento del año fue la exitosa gira realizada por la Nacional a Japón en mayo, que culminó con un concierto en el que espontáneamente quiso participar Martha Argerich. Y a la fecha de impresión de este libro faltan aún dos difíciles y fascinantes desafíos: ambos para la Wagneriana en el Colón: el estreno de la Sinfonía Turangalila de Messiaen (director Rettig) y la reposición de la gigantesca Sinfonía N° 8 de Mahler, que será dirigida por Calderón, también responsable de su estreno.

Quien haya leído atentamente esta relación concluirá que la Nacional ha sido con frecuencia maltratada y por errónea conducción no dio tanto fruto como hubiera sido ideal. Sin embargo la Orquesta mantuvo su espíritu a través de tantas peripecias y en su etapa actual está avanzando firmemente. Queda mucho por hacer, y no cabe duda de que con mayor apoyo económico y manteniendo su buena organización actual puede llegar a ocupar su lugar con la plenitud que se merece, ya que hasta en sus peores épocas fue siempre un instrumento colectivo de considerable calidad. Que el nuevo siglo la lleve a su mayor esplendor como lo merecen la Nacional y su público.